miércoles, 26 de junio de 2013

El dolor de amar

¿Conoces la sensación de locura que puede llegar a producirte el amor? ¿Sabes dónde se encuentra esa fina, delgada y estrecha línea que separa la atracción, el deseo, el querer ver sensuales movimientos, que te seducen y excitan y te producen el mayor placer de los placeres, del auténtico amor? ¿Cuánto debo soportar? ¿Cuánto me toca competir entre tantas, fascinantes y exóticas bellezas celestiales para que él, mi sultán, mi amado moreno de piel canela, negros ojos azabache, recta y puntiaguda nariz, gruesos y carnosos labios, blandos y dulces, llenos de tan ansiado, adictivo y peligroso veneno, con tan perfecto torso moldeado y sus fuertes y robustos miembros, y no hablemos de su pelo, con tales rizos descuidados, negros, que aún peinados hacia atrás, buscan su propia dirección, al igual que su barba, que no muy abundante cubre su rostro, dándole rudeza, acabe por elegirme a mí?
Las viejas historias de amor me engañaron, o quizá fui yo, equivocada y confusa, la que interpretó mal el sentido o significado de cada palabra, cada suceso que en ellas se narraba, acabé loca por ellas y ellas me llevaron a una locura aún mayor, apartada de toda cordura, lejos de la razón, absorta por un mundo dominado por el amor, me torturo sin el suyo y paso a solas los días, intentando no morir, durante mil y una noches en las que mi objetivo no es salvarme, sino alzarme y enamorarle, conseguir que mi sultán no llegue a matarme, pero sin lograr evitar las heridas que producen su indiferencia, afilada cual puñal, que adornado con hermosas piedras pierde su fiereza, pero corta y salpica, manchando de rojo la alfombra, vaciando tu cuerpo.
¿En que momento desapareció mi inocencia, cuándo dejé de ser una niña para comenzar a formar parte de tan devastador y cruel sentimiento? Porque fue con él cuando todo mi mundo se tranformó. Cuando en la fría tarde del gris otoño me lo crucé, le vi por primera vez, Córdoba entera rendida a sus pies, paseando entre las columnas de Medina Azahara. No fue para mí mas que la bella silueta de un califa, demasiado alejado, cerca de la divinidad, deseo inalcanzable, tesoro incalculable que jamás prestaría atención a una joven como yo. Pero grande fue mi sorpresa al cruzármelo y chocar con él, en un desierto corredor del palacio. ¡Qué sutiles y bellas palabras! Tales gestos me atraparon más aún, con gentileza y caballerismo, me invitó a caminar junto a él, a su lado, y acepté. Aquella sonrisa moruna, lejos de la perfección, pero sí blanca, con su encanto me hechizó. Andubimos admirando los restos del palacio, comentando su historia, observando aquellos muros; testigos de la vida del califa Abderramán, sucesos que escapan de todo historiador y registro y que se perdieron en el tiempo para siempre. Fascinante vida repleta de lujos y placeres, detalles ocultos en tan majestuoso palacio que en su día debió de ser el más admirable y ostentoso de todo Al-Andalus.
Nuestro paseo por Medina Azahara acabó y continuamos por las calles de Córdoba. El día era gris y amenazaba tormenta. El viento jugaba con los rizos de mi azabache melena y la falda de mi rojo y largo vestido. Unas finas y frías gotas de agua comenzaron a caer, estableciendo contacto con nosotros, tímida y suave llovizna al principio y abundante cortina después, precipitando con rabia y violencia, empapándonos, mojando hasta el más oculto milímetro de nuestro cuerpo. Huímos, buscando un refugio, corriendo e intentando pasar el máximo tiempo posible bajo techados y soportales. Al final llegamos a un viejo edificio que parecía un hostal. Subimos a la quinta y última planta por aquellas escaleras, blancas y sucias, con la pintura descolchada, y entramos en la habitación en la cual sólo había una cama y un armario. Una pequeña ventana permitía pasar la poca luz del día que quedaba, oculta tras las grises nubes.
 ¿Cómo era que habíamos acabado en tal lugar, tan íntimo, solos, con la única compañía el uno del otro y el irrefrenable deseo que yo sentía hacia él? Pareció notarlo, o quizá fue mutuo, porque su forma de hablarme, tan sensual no me parecía normal, pero sí me gustaba y excitaba aún más. La noche caía y la luna comenzaba a observarnos, siendo testigo de lo que allí ocurrió a través del cristal de una ventana. Lo que juego era y así comenzó ganó seriedad, embriagándome con su aroma, tranformándome y desperezando sentimientos dormidos que salían a flote en su búsqueda, presos de la bellleza de mi sultán, su lengua de serpiente que prometía hacer realidad las más ocultas fantasías y deseos, contaba leyendas hermosas, prometiendo amarme, a mí, su gitana, en el cielo y la tierra, al infierno iría sólo en mi compañía, pues mi simple presencia le libraría del dolor y castigo eterno. Pude saborear el néctar que me ofrecía, trofeo de dioses, pura ambrosía. Oculta entre su canela piel y moldeado cuerpo, protegida me sentía cuando aquellos fornidos brazos me abrazaban, suspiros en mi oído, su cálido aliento me enloquecía, sutiles movimientos, que bruscos y violentos, placer transmitían, haciendo sudar, el costoso respirar, Selene fue testigo del momento en el que comencé a amar.
Pero, ¿cuál fue mi sorpresa al despertar a solas al día siguiente? ¿Adónde había ido? Simplemente fui una más de todas sus amantes, me enloqueció y enamoró, dejándome sola y rota, confusa, aquello que sentí, ¿por qué fue? Me lamento de haber sido una estúpida, ingenua e inocente, pensé que amarle sería por correspondencia y me correspondió con el abandono. Pero no lo niego, pues le amo, y quiero alzarme entre todas hasta ser la única para él...





Dave Gles

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