miércoles, 21 de noviembre de 2018

La carta que no leerás

Perdón. Aunque la palabra no tenga ninguna validez ahora.

Pero así debo empezar, porque el tiempo me ha enseñado y he podido ver la verdad. Sé que no leerás la carta, no te la haré llegar. La publico porque también, es una ayuda personal, porque de ti y contigo he aprendido y al fin me he dado cuenta. No puedo justificar los errores, sabíamos que era joven y que la diferencia nos la iba a jugar. Lo intentamos sobrellevar, siempre te dio igual y no viste la inexperiencia, te dejaste guiar por los sentimientos. En pocos años todo ha corrido mucho. El metro al alcance de la mano, la vitalidad de los 20 y la despreocupación de una hipoteca, un alquiler, un coche, un seguro, unas vacaciones... Entré en tu vida poniendo todo patas arriba. Y ahora es cuando lo estoy entendiendo. Que el día a día desgasta, que trabajas de noche y que no sabes lo que es la luz del día. Que libras días sueltos y los sábados no son especiales. Que son entre 7 y 8 horas, 9 a veces, delante de un ordenador y que mirar el teléfono es prácticamente un suicidio. Que es hora y media al trabajo y otra tanta para volver, si a veces no es más. Que no quieres ni hablar, que te pesa respirar, que deseas con todas tus fuerzas ese momento de no pensar, de dormir, de descansar, de disfrutar. Que fui el último en entrar y no entendí que todo llevaba años asentado, que todo era un tiempo de errores, de pruebas, y que, sí, hay que admitirlo coño, que lo que cuesta no se deja escapar por mucho que el sentimiento sea fuerte. Y ahora es cuando me doy cuenta. Cada vez que me salta una foto tuya y vuelvo a ver tu sonrisa. Y veo que ya no es para mí. Cuando un maldito cuerpo me hechizó y fui tan idiota de pensar que el interés era mucho más fuerte que el verdadero amor. Cuando el tiempo libre se dio de la mano con las ansias de calor humano y cegaron los sacrificios temporales. Ahora puedo verlo. Ahora pasado el tiempo. Ahora gastando hora y media al trabajo. Ahora invirtiendo las 3-4 horas de jornada de ejercicio intenso más otras tantas entre medias dejándome los pies en ensayos y los ojos en un ordenador aprendiendo coreografías. Ahora que sacrifico días libres en seguir formándome y mi ocio es escaso, que no veo casi a mis amigos y tampoco a mi familia. Que tengo dos pantalones vaqueros y me los pongo una vez al mes. Que trabajo los sábados, que salgo los lunes y los bares están vacíos. Que intento conocer gente y no hay segunda llamada, que las citas duran poco y que las caricias son tan sosas que, sinceramente, no me toques, ya me toco yo. Que si no vamos a estar cerca de dos horas, ¿en serio me tengo que duchar? Prefiero estar en casa con el pijama, en mi silla dibujando, con mis cascos o una vez más, trabajando. Ahora lo entiendo, que observo y guardo, que gasto y no llego, que con pocos pagos me ahogo, que nadie me acompaña en mis noches, que nadie comparte mi locura, que llegan las vacaciones y... me toca viajar solo. Ahora me doy cuenta que salir a las 7 de la mañana y hacer escala sólo por verme era un acto de amor, no una obligación. Que dejarse los ojos ante el orden en el trabajo y escribirme todos los días, era amor, no obligación. Que reservar la intimidad a los días en los que poder dedicarme horas y no 10 minutos, era amor, no capricho, porque te doy la razón, qué mal folla la gente.

Y pido perdón. Porque pisoteé todo eso. Porque reclamé demasiado sentimiento. Porque joder, no tenía la perspectiva del tiempo. Nos arriesgamos demasiado y tú quisiste seguir a mi lado aún sabiendo que tu pasado era un libro extenso en un idioma aún desconocido para mí. Quizá fuiste egoísta pero ahora no te quiero juzgar, solamente rectificar y admitir que sí, aún por ti, estoy aprendiendo lo que de verdad es amar. No sé cómo suene esto que diré a continuación pero gracias. Tenías razón cuando dijiste que todo aquel que pase por tu vida te va a enseñar algo. Tiempo al tiempo. He aprendido mucho y no sé lo que me queda por entender de nuestra historia, pero de verdad, gracias por aparecer en mi vida. No te preocupes, no te voy a buscar. No sé si podré abrazarte sin más, observarte sin quererte besar. Yo qué sé. La verdad es que nos hicimos mucho daño, pero sigues teniendo esa maldita cara que me encanta mirar y que me deja embobado. Mejor lo dejo pasar. Nuestro tiempo ya acabó y te mereces alguien que no dude de ti. Perdón por juzgarte, de verdad. Ahora me toca a mí enfrentarme a lo que he sembrado. Ahora te entiendo. Yo tampoco me arrepiento. Hay cosas que cambiaría pero... Me enorgullece mi presente, mi ambición, mis objetivos, mis resultados laborales, mis amigos, mi día a día es sinceramente una pasada a pesar de lo que pueda haber negativo. Y todo eso es porque hice todo lo que hice. Sé que esto no lo vas a leer, pero yo ya me siento mejor al haberlo escrito.

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