Apenas había cumplido los diecisiete cuando marchó de
Madrid. Recuerdo perfectamente sus ojos verdes y su negra melena. Me encantaba
su perfecto y simétrico rostro. Pálida, finos labios rosados, nariz pequeña y
redonda. Era alta, delgada, con unas piernas largas y estilizadas. Era toda una
belleza, por eso no me extrañó cuando me dijo que se marchaba a Estados Unidos
porque una agencia de modelos había puesto los ojos en ella. Me sentí mal
porque se alejaba de mí, pero al fin y al cabo, era su sueño desde pequeña y yo
me alegraba porque sería feliz.
Nos
conocimos en la escuela. Crecimos juntos. Ya con seis o siete años fingíamos
ser un matrimonio feliz. Sobre los doce empezamos a contarnos nuestras
inquietudes, nuestras dudas o los posibles ligues. Nos pasábamos el día juntos.
En clase hablábamos sin parar; más de una vez nos castigaron juntos por
molestar. Por las tardes salíamos a montar en bicicleta, a jugar al fútbol o
simplemente nos quedábamos en una habitación hablando de nuestras cosas. A los
quince ella empezó a salir con un chico. Recuerdo que yo la ayudé y aconsejé
hasta que se atrevió a hablarle. Ella se sentía feliz con él. Al cabo de un año
descubrió que él se había estado viendo con otra. Eran las doce y media de la
noche de un sábado. Yo vivía en un chalet de dos plantas. Mi habitación estaba
en la planta de arriba. Mis padres no estaban y ella apareció en mi casa. Me
llamó a gritos y yo me asomé a la ventana. Llovía, estaba sola, empapada y
triste. La dejé entrar y me contó como había descubierto a su novio y habían
discutido. Estaba llorando, su maquillaje se había corrido pero yo la seguía
viendo preciosa. Hablamos durante un largo rato y al final acabamos besándonos.
La miré y me dijo que yo siempre había estado junto a ella. Me dio las gracias
y volvió a besarme. Continué el beso y juntos nos fundimos rápidamente mediante
nuestros labios. Continuamos con las caricias. La besé el cuelo poco a poco y
le quité la camiseta. Ella me quitó la mía y acabamos haciendo el amor en mi
cama. Empezamos a salir y meses después me comunicó su partida.
Continué
mi vida. Tras su marcha no parábamos de escribirnos cartas y de llamarnos por
teléfono, pero poco a poco la conexión se fue distorsionando hasta que al final
el contacto fue inexistente. Nuestras vidas se volvieron independientes la una
de la otra.
Yo ya
tenía veinticinco años. Acababa de terminar mis estudios universitarios y había
comenzado a trabajar como profesor de matemáticas en un colegio de educación
primaria. Me había ido a vivir a un piso del centro de Madrid. Estaba pagando
el alquiler junto a dos chicos más. Un Viernes decidimos salir los tres juntos
a dar una vuelta. Yo me había puesto un pantalón gris oscuro, una camisa de
manga corta blanca y unos zapatos negros. Me había peinado echándome el pelo
hacia atrás y me había afeitado. Pasamos por Callao. La calle estaba abarrotada
de gente y casi no nos podíamos mover. Al parecer, era la presentación de una
película americana y estaban los protagonistas firmando autógrafos. Me acerqué
a curiosear un poco y entonces la vi. Se cruzaron nuestras miradas. Mis ojos
marrones entraron en contacto con el verde de los suyos. Seguía igual de guapa
que el día en que se fue. Llevaba su melena negra ondeando al aire y llevaba un
vestido blanco de fiesta sin mangas y sin tirantes. Estaba rodeada por muchos jóvenes;
varones en su gran mayoría. Con un simple movimiento de labios pude entender
que me decía: “Ayúdame”. Sentí un impulso repentino y eché a correr entre la
gente, salté la verja sin pensar en los guardias de seguridad y en pocos pasos
me encontré a escasos centímetros de ella. Alargué la mano, ella la cogió y tiró
de mí. Juntos corrimos hacia la carretera sin pensar en nada y nos metimos en
su lujosa limusina blanca. Le dijo al chofer que se perdiese por la carretera
sin rumbo fijo y que no parase hasta que ella le indicase. El auto se puso en
marcha y me besó con pasión. No sabía como reaccionar, pero sentí la necesidad
de responder con el mismo acto.
Fueron
casi dos horas en las que dimos vueltas por la ciudad besándonos y acariciándonos.
Se nos echó la noche encima y subimos a su habitación de hotel. Allí ella me
dijo que me había echado de menos durante aquellos años y que no podía evitar
llorar por las noches pensando en mí. A decir verdad, quizá yo no había llorado
tanto como ella decía, pero si era cierto que no pude olvidarla. Me contó que
se había metido al cine y estaba de nuevo en España presentando su opera prima.
Le pregunté si se quedaría conmigo y me dijo que no. Ella siempre soñó con ser
actriz, con ser una estrella; y lo estaba cumpliendo. Tampoco me pidió que me fuese
yo con ella. Consideró que lo mejor para ambos era recordar nuestra historia.
Yo no estaba hecho para vivir su vida y ella no podía dejarlo todo y volver a
la normalidad.
Aquella
noche la pasamos juntos en su habitación. Fue una noche en la que los besos,
las caricias y las muestras de amor estuvieren presentes en todo momento. Al
llegar la mañana yo me marché. Llamé a mis compañeros de piso y les dije que
pasé la noche con un viejo amigo. Ella volvió a las cosas de la promoción de la
película y no volvimos a vernos.
Cada
vez que salía algún trabajo nuevo suyo yo iba a verlo. Estaba pendiente de su
vida gracias a la prensa rosa y de internet. Me casé, tuve dos hijos y continué
mi vida independientemente. Por lo que se decía de ella; pronto se la consideró
una de las mujeres más bellas del mundo. Tuvo tres maridos; dos hijas con el
segundo y un hijo con el tercero. Sobre sus cuarenta años el éxito le jugó una
mala pasada y acabó suicidándose por no poder con lo que le venía encima. Dejó
una nota que quedó publicada en todos los medios:
“Viví
lo que quise, pero hubo un pequeño detalle que nunca tuve en cuenta; mi felicidad. Fui la
mujer más bella, la más cotizada, la
más querida, la más admirada, la más envidiada y la más odiada. Decid que quiero mucho a mis hijos, pero que
no puedo seguir más, espero que algún día lo comprendan. Ahora que escribo esto recuerdo
aquellas palabras de Víctor: “¿Por qué no vuelves
conmigo? Si es cierto que no me has olvidado, será mejor que te quedes aquí. ¿No crees?”
Aceptaste mi decisión porque me querías. Te agradezco todo
lo que hiciste por mí, he sido
una idiota pensando que encontraría la felicidad en este mundo. Siempre te he querido
Víctor.”
Se acabó. Ver la noticia me dejó helado. A veces, tenemos tanto empeño
en conseguir algo, que no somos concientes de que eso no nos conviene. Cada uno
de nuestros actos tiene consecuencias positivas y negativas. Dicen que quien no
arriesga no gana, pero, si vas a arriesgarte a algo, es mejor pensar las cosas,
puesto que el final siempre es fatídico, pero una continuación no tiene siempre
por que ser mala.
Dave Gles