Y bebí del café, caliente, recién preparado, puesto en ese vaso de papel, tapado con el plástico que solo deja un pequeño agujero para sorber y tiré el recipiente a la papelera una vez terminé.
Y se repetía, ya eran varias veces que lo hacía, que no me sentaba a tomarlo, que ni siquiera lo desayunaba y que lo bebía fuera de casa preparado en cafetera ajena. Suena tan simple, ¿qué tiene de especial un café más? El cambio. Quizás sea mi faceta romántica, el ser alguien sencillo amante de lo clásico, lo normal, lo cotidiano. Un ser tan simple capaz de resultar excéntrico, pero es que cada día que pasa, cada vez que se acumulan en meses y a medida que los años cobran forma, a pesar de ser pocos, más me fascina el mundo que me rodea. La sonrisa de alguien que aprecio, una conversación con amigos, un baile en una discoteca, la copa del sábado a las 12, la de las 2 y la de antes de volver, el desayuno del domingo casi a la hora de la comida, el jugar a las cartas o simplemente mirar, el prepararse para ir a trabajar un lunes más, que no libres el finde siguiente y que no puedas dormir porque la casa sigue sin limpiar. Y ahí vi, ahí amé, ahí me volví a enamorar y a salir adelante. Tan sencillo, tan placentero... Y es que soy un ser extraño. Aprendo rápido o quizás sea que de verdad soy optimista aunque me fallen las fuerzas de vez en cuando. Pero amigo, créeme cuando digo que a pesar de esta juventud de la que gozo, ya no disfruto con los cuerpos más bonitos, no bebo para perderme en la noche, no consumo por querer echar un triste polvo. No, nada de eso. Busco la experiencia de los años, la espina de un amor quebrado, la preocupación de un futuro incierto, el cariño de una familia a la que no debo abandonar. Quiero una mente centrada, luchar por tus sueños, haber luchado por ellos, me pierdo en el progreso. Besar tus canas, acariciar cada una de las arrugas de tus ojos tristes que se iluminan cuando ven que alguien es capaz de captar una belleza que no se ha ido y que es aún más fuerte.
Y es que soy sencillo. Soy simple. Disfruto de lo cotidiano, soy un romántico, y amo la vida. No más excesos, no más desfases. He aprendido a quererme y me quiero ver contento, y eso lo consigo con las tonterías más cotidianas.